lunes, 12 de septiembre de 2011

Los que echarán de menos a Gadafi

La Unión Europea es sabia. Supo convertir al continente más agotado del planeta en el más próspero. Y eso se debe a una ventaja de siglos en cuanto a la tecnología y relaciones internacionales, pero creo que sobre todo se debe a una de las condiciones sin las cuales no se puede pertenecer a la UE: un estado miembro tiene que ser un estado democrático.

Y es que la democracia garantiza un fair play que también influye en lo económico. Así, en el convulso mundo de la segunda mitad del siglo XX había un grupo de estados de derecho imponiendo su hegemonía económica sobre un mundo repleto de tiranuelos más o menos corruptos y más o menos belicosos, pero en cualquier caso embarcados en el empobrecimiento sistemático de sus respectivos países.

Pero la democracia (o al menos el capitalismo) llegó a América Latina, a la antigua Unión Soviética y a muchos lugares de Asia, y eso hizo que los habitantes de aquellas latitudes cambiasen sus ansias de libertad por la preocupación principal de todo hombre occidental: ganar dinero. Ahora parece ser que le toca el turno al mundo árabe, con lo que los europeos, los norteamericanos y los japoneses nos veremos aún más forzados a competir en igualdad de condiciones.

Dicho de otro modo, el postcolonialismo toca a su fin. Se están acabando los días de cambiar minas antipersona por petróleo, los días en que todas las multinacionales tenían sus sedes en Europa, Japón y Estados Unidos.

A este fenómeno se une la atomización empresarial en nuestro propio territorio. Cada vez está más claro que la crisis no es coyuntural, sino estructural, y que los mercados nacionales se encierran en sí mismos por la fuerza. Los miles de empleados de empresas transnacionales que se han quedado sin trabajo, se están convirtiendo en pequeños empresarios. Y lo más curioso es que el mercado les hace hueco. Es normal. Pueden ofrecer un tarifario mucho más interesante que una gran compañía y además piensan, sienten y sufren exactamente igual que sus públicos.

Vemos cómo no dejan de surgir empresas encantadoramente locales, mientras las compañías internacionales persiguen el mito del glocal, del discurso único traducible a todas las culturas. Sinceramente, creo que esa fórmula no va a resultar. La gente se ha visto obligada a vivir al margen de las grandes firmas, y acabarán haciéndolo por voluntad propia. Digan lo que digan, a todos nos gustaba la panadería del barrio más que el hipermercado. Fue éste el que se empeñó en destruir al panadero y en cambiar los hábitos de compra de sus clientes. Y ellos se vengan ahora yendo a la tienda de conveniencia de la esquina, invariablemente regentada por una familia china.

Por eso se me hace difícil pensar que los habitantes de una Libia libre y próspera (lo será) prefieran el McDonald’s al shawarma. Y por eso tengo la sospecha de que hay quien echará mucho de menos a Gadafi, y a el-Sadat, Mugabe… incluso a Fidel Castro.

5 comentarios:

  1. "Dicho de otro modo, el postcolonialismo toca a su fin. Se están acabando los días de cambiar minas antipersona por petróleo, los días en que todas las multinacionales tenían sus sedes en Europa, Japón y Estados Unidos"

    Ojalá..., pero me temo que aún queda camino para que se cumpla.

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  2. Yo creo que es algo que no ocurrirá pasado mañana, pero que es la tendencia. Aquella utopía occidental de la aldea global regentada por Europa y los USA cada vez se aleja más de la realidad. El mundo se atomiza. Ni siquiera sabemos si Libia o Egipto acabarán siendo las repúblicas islámicas del Magreb (espero que no, pero tienen mucha pinta). Y la propia Europa corre el riesgo de volver a disgregarse.

    Muchas gracias por seguirme y por comentarme, Carlos.

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  3. En mi opinión, existen dos planos diferenciados, por una parte la estructura económica que se esta implantando a esfera global-local. Aquello de abertura, volatilidad, flexibilidad y la macroempresa ante la micro que es creciente, pero como creo entender por tus palabras y comparto las pymes y el tejido comercial local tiene un arraigo en sus sociedades que resiste por motivos culturales, tradicionales, comodidades,etc. y no olvidemos que en España las pymes son más del 80% del tipo de empresa, si no más, por ejemplo. Sin embargo las grandes tienen una capacidad de presión que hacen que las políticas bailen a su antojo.

    Y esto convive con unas sociedades que más que unidas e integradas, existen tendencias de disgregación y regionalismos que en ciertas zonas son muy evidentes.

    Tema complejo y muy interesante ;).

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  4. por cierto, curiosamente mira que ha publicado Iñaki gabilondo en su blog sobre los mercados http://blogs.elpais.com/la-voz-de-inaki/

    seguro que sus ideas te suenan!.

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  5. Sobre la capacidad de presión de las grandes empresas y las grandes potencias hablo en mi nuevo post. Espero que te guste.

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