miércoles, 3 de octubre de 2012

Prefiero a Monti

De todos los hachazos que la democracia ha sufrido desde que el neoliberalismo europeo ha decidido quitarse la máscara, quizá el más emblemático sea el nombramiento de Mario Monti como dictador económico de la república italiana.

El profesor Monti llegó al poder desde Bruselas, sin pasar por las urnas y con el encargo de infligir mucho dolor a los ciudadanos. Y el concienzudo economista se ha entregado a su siniestra misión con la frialdad del tecnócrata y con la tranquilidad de saber que no estaba traicionando a nadie porque nadie le había votado. Así y todo, Monti se ha enfrentado más y con más energía a las autoridades comunitarias en favor de los ciudadanos que la mayoría de sus homólogos electos. Y en un admirable ejercicio de respeto a la democracia, el profesor ha decidido no presentarse a las elecciones de 2013 y marcharse por donde ha venido, habiendo quitado una buena cantidad de trabajo sucio al sucesor que los italianos quieran elegir.

El caso contrario es el de nuestro Mariano Rajoy. Él llegó al poder con una abrumadora mayoría absoluta, y tal remanente de confianza ciudadana no es concebible si no va acompañado de una cantidad proporcional de expectativas. Y creo que no es necesario decir que ninguna de esas expectativas ha sido satisfecha ni de lejos. Ni siquiera la patronal y los emprendedores pueden sentirse los "niños mimados" del ejecutivo Popular, aunque todo indicaba que iba a ser así. Rajoy se ha limitado a diseñarles una reforma laboral que solo les sirve para aligerar los gastos de despido a la hora de cerrar sus empresas. Porque las empresas siguen cerrando a un ritmo incontrolable. Y seguirán haciéndolo con la misma velocidad con la que los consumidores pierden la capacidad de gastar dinero.

Rajoy no está satisfaciendo a nadie y lo que es peor, cada día es más patente una verdad preocupante: el Gobierno se ha quedado sin ideas, si es que alguna vez ha tenido alguna. Se ha limitado a obedecer ciegamente, con una sumisión suicida, todo lo que le han ordenado desde Bruselas, por doloroso que sea. Ni siquiera Monti se ha atrevido a ignorar tanto a unos ciudadanos que ni siquiera le han votado. Y el gran dilema de nuestro presidente es que perderá la poca imagen de autonomía y decisión que le queda si pide un rescate que no tiene más remedio que solicitar.

Hablando en plata: puestos a ser gobernados por un pelele, yo prefiero uno profesional, concienzudo, trasparente, sin intereses electorales y de fabricación alemana. Prefiero a Monti.

martes, 25 de septiembre de 2012

La prisa

Cada vez estoy más convencido de que será la prisa, esa inútil y constante sensación de urgencia, lo que llevará al ser humano a la extinción.

Es la prisa la que nos ha arrastrado hasta este punto. Antiguamente, los ricos amasaban fortunas sólidas y duraderas, porque su objetivo era garantizar el futuro de sus descendientes. Pero de unas décadas a esta parte, los amantes del dinero quieren hacerse ricos de la noche a la mañana, y sus descendientes se pueden ir al diablo. Ellos quieren ostentar desde ya los signos visibles de su prosperidad. Así, como quien dice en dos días, un país pobretón como España se llenó de chalets, yates y coches de lujo. Y claro, cuando todo es a corto plazo, nada puede durar mucho.

La especulación ha hecho que de potencia mundial hayamos pasado a culo de Europa en un par de años. Y ahora, de los escombros de España surgen otras urgencias absurdas, que no tendrían cabida en un entorno menos desesperado.

Por un lado, tenemos a la Unión Europea metiéndonos prisa para reducir el déficit. Eso obliga al Gobierno (que tampoco hace mucho por resistirse) a embarcarse en una política de recortes que se traducen en dificultades para todos y miseria, incluso hambre, para muchos.

Y cuando los que mandan se muestran insensibles al sufrimiento de la población, esta suma a su urgencia de sanidad, techo y alimentos, la prisa de castigar a los culpables y destruir el marco político y jurídico bajo el que se ha fraguado una situación tan injusta e insostenible como la que estamos viviendo. Por eso hoy, 12 de septiembre de 2012, uno lee los periódicos y se encuentra con dos hermosos ejemplos de ese esquema localización de culpables-llamada a la movilización contra esos culpables:

Por un lado tenemos a Artur Mas, que a base culpabilizar de las dificultades de Cataluña al resto de los españoles, ha terminado por convencer a gran parte de los catalanes, que salieron a la calle masivamente a pedir una independencia que Mas quiere proclamar ya. Prisa. Mucha prisa. Hay que aprovechar la efervescencia independentista del pueblo catalán antes de que vuelvan a dirigir sus iras contra él. Pan para hoy y hambre para mañana.

El otro ejemplo es el Movimiento 25 S. Partiendo de una legítima desesperación y de una aún más justificada indignación, numerosos movimientos ciudadanos han señalado (con bastante puntería) a la clase política como principales culpables del actual despelote, y han invitado al conjunto del pueblo español nada menos que a sitiar el Congreso de los Diputados. ¿Y qué pretenden con ello? Para los más optimistas, el objetivo de esta protesta es hacer dimitir en masa a todos los padres de la patria y que éstos dejen el poder en manos del pueblo. Casi nada. Y de un día para otro.

Prisa. Mucha prisa. Mucha acción y poca reflexión, mucha sed de venganza y muy pocas ganas de consenso. Es como si nadie quisiera dejar este mundo sin haber protagonizado su propio cambio histórico, y es la propia Historia la que nos ha demostrado que las cosas no cambian de la noche a la mañana, ni siquiera provocando guerras mundiales.

Por eso yo prefiero asumir mi insignificancia, y me conformo con hacer a mi alrededor todo el bien que pueda, o al menos el menor daño posible. Lo que los pobres necesitan urgentemente es comida, no parlamentarios decapitados. Cuidado con las prisas, que para nada son buenas.

martes, 31 de julio de 2012

El objetivo de déficit, o qué harías si tu banco te obligase a liquidar tu hipoteca en un año

Hoy he leído una buena noticia siniestra: el déficit del Estado Español ha superado su meta para este año, situándose en un radiante 4%. Y otra más tétrica todavía: la seguridad social ha conseguido un superávit de más de 8.000 millones de euros.

Tanto la una como la otra deberían ser celebradas a bombo y platillo, si no viniesen acompañadas por la constante amenaza de nuevos recortes. Me resulta especialmente doloroso asistir al deterioro del sistema público sanitario o al encogimiento de las prestaciones por desempleo, mientras el ministro Montoro presume de superávit en la seguridad social.

Pero lo que supera todos los límites de la decencia y la vergüenza humana es lo del déficit. El FMI y el BCE exigen más recortes, más ajustes, más sacrificios, a pesar de que nuestro Estado sólo debe un 4% del PIB. Es decir, que España es dueña del 96% de su riqueza, lo cual no me parece que esté tan mal.

De hecho, ya quisiera yo estar en la misma situación. Yo debo al banco aproximadamente el 1.500% de mi patrimonio. Me refiero, naturalmente, al monto de mi hipoteca. Y sin embargo mi mujer y yo vamos tirando, al menos mientras sigamos teniendo trabajo. Pero, ¿qué ocurriría si el banco nos exigiese pagar toda la hipoteca el año que viene? Pues que tendríamos que buscar un empleo para las noches, otro para el fin de semana, deberíamos dejar de salir, de comprar ropa y zapatos, de lavarnos y por último, de comer. Moriríamos literalmente de hambre y aún así no conseguiríamos liquidar el préstamo.

Pues bien, eso es lo que los eurovampiros exigen a España, y lo que el Gobierno español intenta vendernos como "el camino correcto". Resulta que dicho camino es aquél en el que un 6% de déficit es inadmisible y un 25% de desempleo es perfectamente asumible. No sé ustedes, pero yo no lo veo así. De hecho, el paro debería ser combatido antes y mejor que la deuda, porque cuantos más trabajadores, más contribuyentes, más consumo y menos pensiones.

El problema es que la medidas que nos impone Europa no están pensadas para iluminar el porvenir de los españoles, sino para asegurarse de que los inversores recuperarán cada euro que hayan colocado en nuestra pobre patria. Que los gobiernos extranjeros trabajen para ese objetivo me parece monstruoso pero entendible. Lo que no me cabe en la cabeza es que el ejecutivo Rajoy siga ese mismo camino, la senda de la traición.

¿La solución? Pues a lo mejor es más fácil de lo que creemos. Recuerden que el año que viene hay elecciones al Parlamento Europeo, y que tendremos la oportunidad de dejarlo vacio de neoliberales para llenarlo con otros representantes, unos que se inclinen más a conseguir el bienestar del conjunto de los ciudadanos que a blindar la sagrada ganancia de un puñado de inversores.

Pero bueno, bastará con que alguien les meta en el cuerpo el miedo a una Europa sin euro (¿y qué cojones pasaría realmente?), para que corran ustedes a renovar su confianza en quienes les están saqueando.

En fin, disfruten de lo votado y de lo por votar...

viernes, 13 de julio de 2012

Que nos jodamos

A estas alturas, no hace falta decir que las circunstancias económicas obligarían a cualquier partido que estuviese ahora en el Gobierno a adoptar medidas duras para la población. Pero el problema del ejecutivo de Mariano Rajoy es que sus decisiones no están inspiradas únicamente en la economía.

Hay una profunda carga ideológica en los ajustes del Gobierno, y la crisis es la excusa para castigar a los sectores de la población que tradicionalmente han separado a la derecha de un poder del que se sienten acreedores por derecho natural. El Partido Popular concentra el sentir de esa clase conservadora española clasista, garrula y casposa, que sigue culpando a la democracia de haber descolocado una pirámide social en la que cada uno estaba en su sitio: los ricos arriba y los pobres abajo, obedeciendo.

Es por esto que han recortado según sus prejuicios y convicciones. Como no les gusta que el poder se reparta ni que haya por ahí gente hablando en algo que no sea castellano, leña a las Comunidades Autónomas. Como tampoco les gusta que los pobres se codeen con sus hijos en la universidad, hachazo a la educación. Como están convencidos de que un ciudadano como Diosh manda puede pagarse un seguro privado, mazazo a la sanidad pública.

Y con los desempleados, ocurre lo mismo. La prestación por desempleo es un rival para aquellos infraempleos de doméstica interna pagada con techo, comida y diez pesetas a la semana. Cuando Andrea Fabra gritó "que se jodan" en el Congreso, estaba resumiendo la opinión de su partido y de su electorado más fiel sobre una clase obrera lo suficientemente digna como para ser sometida.

La pobreza es un gran instrumento de dominación. Y eso lo saben muy bien los herederos de aquellos que se hicieron de oro en la España Negra. Por eso ahora están contentísimos y aplauden a rabiar al Presidente del Gobierno. Ellos se están saliendo con la suya. Y los pobres, que se jodan.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Menos ideologías y más ideas

Cuando la pobreza entra por la puerta, la cordura (además del amor) salta por la ventana. Todo el mundo se ha vuelto loco, y lo peor es que cada uno está férreamente atrincherado en sus convicciones.

Ya sé que es hermoso y loable tener principios, pero es que tal y como se está poniendo el patio no creo que lleve a ningún sitio ese empeño en creer que las cosas se arreglan acudiendo a la aplicación estricta y literal de un sistema ideológico preconcebido.

Por un lado, tenemos a personas como Esperanza Aguirre, quien dijo hace poco que estaba dispuesta a combatir en la batalla ideológica contra la izquierda trasnochada. Lo que ocurre es que la señora presidenta piensa utilizar como arma otra ideología trasnochada, que es el liberalismo. Para mayor acojone, resulta que los árbitros de las grandes potencias europeas también parecen apostar por quemar los últimos restos del estado de bienestar en la hoguera de los mercados. Dicho de otro modo: abrazar el liberalismo está bien si tienes intereses económicos y si estás convencido de si a alguien le va mal es porque es un vago o un imbécil. Pero lo malo es que el liberalismo no te va a salvar. Y menos si eres un riquillo medio español y tu pasta proviene de tu familia o del ladrillo. Los mercados verán que no tienes nada jugoso que ofrecer y te devorarán igual que están haciendo con nuestro Estado.

De mi amada socialdemocracia no hablaré, porque se ha convertido en una versión dulcificada del liberalismo y sencillamente ha perdido su hueco en un mundo ávido de soluciones rápidas, contundentes y estruendosas. Ni siquiera el triunfo de Hollande me convence de lo contrario. El buen hombre no ha hecho otra cosa que capitalizar el desgaste de Sarkozy. O sea, lo mismo que ocurrió en España, pero al revés.

Y es que la crisis ha desgastado a todo el mundo. Primero, a los socialdemótratas. Ahora, a los conservadores. Y mañana, ¿otra vez los socialdemócratas? Probablemente. O no. Puede que acabemos como Grecia, que ha acabado con la lacra del bipartidismo para pasar a una etapa mucho peor: la de un parlamento atomizado y tan contaminado de ideologías extremas que es imposible que de ahí salga un gobierno. Habrá que ver qué pasa en las elecciones del próximo 17 de junio, pero la cosa no pinta muy bien.

En efecto, la moderación está pasada de moda. La extrema derecha ha resucitado, y la izquierda más purista, la que parecía condenada al limbo desde la caída del muro, está recuperando un protagonismo inesperado. Pero aún así, hay mucha gente que ya no se fía de los políticos. De ninguno. Y han decidido emprenderla a cacerolazos hasta que consigan hundir las actuales estructuras de poder. Sinceramente, no creo que lo consigan. Es más, espero que no lo hagan.

Lo del pueblo autogestionado suena muy lindo y puede que sea viable en Andorra, pero no en un país de más de 40 millones de habitantes. No puede haber tanta gente dedicando largas horas del día a debatir por las esquinas. Y eso significa que si no puedes estar presente en las asambleas, estás fuera del sistema. La democracia actual al menos se limita a robarte unos minutos cada vez que hay elecciones. Si quieres.

Eso de la democracia horizontal es un cuento de niños, y con simpleza infantil se manifiestan aquellos que la predican. De hecho, se contradicen. Cualquiera que se acerque a Sol comprobará que siempre hablan los mismos, que las comisiones tienen portavoces, que aunque lo nieguen, necesitan líderes, como todo el mundo. Los soviets también eran muy asamblearios y utópicos, y su horizontalidad fue totalmente respetada. Solo que todo el mundo estaba horizontalmente sometido a la tiranía de los dirigentes del partido.

Y eso es justo lo último que necesitamos: muchedumbres salvapueblos y tiranos salvapatrias. Lo que necesita el mundo son pensadores, porque gritones ya van sobrando. El gran Keynes hizo más por la humanidad que todos los grandes ideólogos juntos. Por eso todos deberíamos aparcar las ideologías que ha pensado otro y empezar a buscar ideas dentro de nuestros indignados cerebros. El que tenga alguna digna de consideración, que se la regale al gobierno. Seguro que la recibirá como agua de mayo.

miércoles, 4 de abril de 2012

Tonto no es

Decía Camilo José Cela que "en España, el que resiste vence". Y si a alguien se puede aplicar esa máxima es a Mariano Rajoy. El actual Presidente del Gobierno resistió dos derrotas electorales, un aluvión de intrigas y desafecciones dentro de su propio partido, el acoso de ciertos medios de derechas... y finalmente llegó a la Moncloa. Y aunque se ha sentado ante el tapete del poder con muy malas cartas, las está jugando magistralmente. Muchos le acusan de correr demasiado, de realizar demasiadas reformas traumáticas en poco tiempo. Pero un corredor de fondo como él no va a caer en el error de quedarse sin energía nada más acabar la carrera. Por el contrario, pienso que Rajoy está actuando según un estudiadísimo plan a largo plazo.

Nuestro presidente llegó a la Moncloa sabiendo que tenía cuatro clientelas a las que satisfacer: la insaciable Unión Europea, la aún más insaciable patronal, la banca omnipotente y la desesperada masa de electores. A los socios (por no decir jefes) de Bruselas les está dejando diametralmente claro que no le va a temblar la mano a la hora de someter a los españoles a los peores sacrificios, con tal de alcanzar los objetivos de déficit. Y seguro que esa obediencia ciega no se queda sin recompensa. Llegado el caso, los amos de Europa tratarán a España con más benevolencia que a la díscola Grecia.

En cuanto al segundo grupo de presión, el de los empresarios, Mariano Rajoy les ha hecho dos regalos valiosísimos, contenidos en un solo envoltorio: la reforma laboral. Uno de los regalos es a corto plazo y es económico. Se trata del abaratamiento del despido. El otro es político y a largo plazo. La recién estrenada reforma laboral significa el final definitivo del diálogo social. Rajoy ha regalado a las clases dominantes el regreso a una España en la que el de arriba manda, y el de abajo traga y se calla. No iba descaminada la ministra Báñez al decir que "la reforma laboral ponía fin a la superada lucha de clases", aunque yo creo que en realidad han conseguido lo contrario. La lucha de clases estaba superada cuando un peón de albañil llegaba a la obra conduciendo un BMW. Ahora, ante una reforma abusiva y humillante, la lucha de la clase obrera resucita, como se pudo en la inocultable huelga general del 29 de marzo.

Con la banca, Mariano Rajoy está siendo menos cariñoso. Aparentemente. Por un lado, les está imponiendo la dación como solución última para las hipotecas impagadas. Pero eso significa que antes de llegar a tal extremo, los bancos habrán podido exprimir a sus anchas al moroso, para finalmente quedarse con su casa. No es mal negocio, ¿verdad? Por otro lado, el gobierno está forzando el proceso de fusiones y absorciones entre entidades bancarias. Es decir, favorece al pez grande y éste ya le devolverá el favor. Y si a todo esto le sumamos la amnistía fiscal, podemos pensar que Rajoy ha regalado a los bancos españoles la posibilidad de custodiar las cuentas que ahora sus clientes tienen en Suiza o en Gibraltar.

¿Y qué pasa con los electores? Muy sencillo: Rajoy tiene cuatro años para volver a ganárselos, aunque ahora estén muy enfadados con él. Y ahí es donde entra el corredor de fondo. Está apretando a la salida para poder marchar tranquilamente el resto de su legislatura. Y si le salen bien los planes, igual hasta es reelegido en 2015. Porque puede que Europa cambie del liderazgo neoliberal al socialdemócrata, y que eso le deje solo. Puede que las empresas españolas sean incapaces de se competitivas ni aún con la reforma laboral. Puede que los bancos mantengan cerrado el grifo de la liquidez, y que la economía no repunte. Puede que el desempleo se dispare y se convierta en endémico, obligándole a anticipar las elecciones. Pero también puede ser que ocurra lo contrario.

La apuesta de Rajoy es, por tanto, muy arriesgada. Pero está jugando como hay que jugar: fuerte y con todo lo que uno lleva en los bolsillos. Y si el PSOE o cualquier otro quiere ganarle la partida, deberá jugar igual de fuerte o tendremos PP para rato...

miércoles, 7 de marzo de 2012

Los antisistema

Últimamente, los medios de comunicación usan y abusan de la etiqueta “antisistema” para designar a los que, como yo, no estamos dispuestos a admitir de buena gana la situación política, económica y social en la que nos han embarcado los poderes económicos y políticos.

Y no sé cómo se sentirán de identificados los otros protestones con esa etiqueta, pero por mi parte puedo afirmar que no soy un antisistema. Todo lo contrario. Soy un defensor a ultranza del sistema en el que crecí, un régimen basado en valores tan necesarios y justos como la igualdad de oportunidades, el acceso universal a la sanidad y a las pensiones, la educación gratuita y obligatoria en todos los niveles o la dignidad y el bienestar de los trabajadores.

Yo adoraba ese sistema, y simplemente veo cómo me lo están robando delante de mis narices. El antisistema, por tanto, no soy yo.

Antisistema son los que están derrocando un régimen pensado para las personas y a cambio están instaurando otro consagrado al lucro de quienes tienen, de partida, más oportunidades que nadie. Antisistema son los que destruyen un pilar de nuestra democracia, el Estatuto de los Trabajadores, para despojar a los asalariados de todos sus derechos, empezando por el más sagrado, que es el de tener un empleo. Antisistema son los que despiden a los padres mileuristas para contratar a sus hijos cieneuristas, dejando sin ingresos a toda la célula familiar. Antisistema son los bancos que dejan sin hogar a esas familias mientras financian a las empresas que les han dejado sin recursos. Antisistema son los que están dispuestos a dejar morir a los enfermos en los hospitales porque así reducimos el déficit y nuestra deuda es más atractiva para los inversores extranjeros (señores, no somos una empresa, somos un país). Antisistema son los que aprovechan el déficit de las CCAA para cuestionarse un modelo de Estado basado desde su nacimiento en las Autonomías. Antisistema son los que aporrean a un menor porque pide calefacción para su instituto, y también los que han dejado los institutos sin calefacción para construir circuitos de velocidad y aeropuertos sin aviones. Antisistema son los jueces que absuelven a los responsables de esos atropellos, mientras suspenden a un magistrado que luchaba contra la corrupción y por el derecho a dar un entierro digno a los que llevan 76 años esperando en cunetas y fosas comunes. Antisistema son los que sustituyen una fiscalía anticorrupción por una fiscalía procorrupción. Antisistema son los piensan que unas víctimas son más víctimas que otras, o que una mujer no tiene derecho a decidir sobre su propia vida por culpa de un embarazo no deseado.

Podría alargar esta lista hasta no hacer otra cosa en mi vida, pero con esto es suficiente para decir lo que quiero decir: QUE YO NO SOY UN ANTISISTEMA. Y los que pensáis como yo, tampoco lo sois. No consintáis que os cuelguen ese sambenito. Nosotros somos los defensores del sistema que hemos heredado de nuestros padres, y si dejamos que nos lo roben seremos además de cobardes, estúpidos. Luchemos, pues, con todas las armas que la legalidad nos proporciona: nuestro voto, nuestra voz, nuestra obstinación, nuestro número. Porque ésta no es una lucha entre izquierda y derecha, sino entre abajo y arriba. Y los de abajo, por desgracia, gozamos de una aplastante superioridad numérica.

Por eso, venceremos.