viernes, 1 de febrero de 2013

Economía de sobre

Lo que más me sorprende del asunto de los papeles de Luis Bárcenas es precisamente ver a tanta gente sorprendida. Echarse ahora las manos a la cabeza por un caso de corrupción política es lo mismo que quedarse boquiabierto ante la invención de la bombilla incandescente.

Los aguinaldos que el ex tesorero del Partido Popular repartía a sus correligionarios, no son sino una prueba más de que en España hemos tenido desde los años noventa una economía de sobre, que al igual que la sopa de sobre, sólo sirve para llenar estómagos impacientes, perezosos, chapuceros y despreocupados por las consecuencias futuras de su dieta.

No pensaron en esas consecuencias los responsables de Filesa. Y las hubo. Tanto que el PSOE estuvo a punto de desaparecer como formación política. Y cuando las urnas echaron a Felipe González de la Moncloa, sus sucesores del PP aprendieron la lección: "que no te pillen. Y si te pillan, que no sea por cuatro perras".

Así, se esmeraron en convertir lo puntual en general y lo clandestino en sistemático. Su obra maestra fue la Ley del Suelo de 1998, que permitía agilizar la conversión de suelo rústico en suelo urbanizable y sometía el valor de los terrenos a las leyes del mercado. Gracias a esta norma comenzó la época dorada de nuestro sector inmobiliario, empujado desde el exterior por la fiebre de las hipotecas subprime y de aquellos elaboradísimos productos financieros que hoy llenan de manifestantes las puertas de los bancos.

Nuestra economía de sobre nos catapultó a una prosperidad eufórica y efímera, y su aroma era tan convincente que hasta nos dejaron formar parte del G-8. Todo el mundo podía ser rico, y mucho más los inventores del asunto. Con la nueva ley del suelo y con el poder en sus manos, muchos representantes públicos encontraron la manera de hacerse ricos haciendo aún más ricos a los constructores. El plan era brillante por su sencillez: "yo saco dinero de la caja para hacer una obra pública, te la concedo, y tú me devuelves una buena parte de ese dinero dentro de un sobrecito. O de una maleta. O de un baúl".

Esta fórmula magistral pero tenía un solo fallo: el de dejar temblando las arcas del Estado. Pero nadie se preocupaba de eso, ni siquiera Zapatero, que cuando llegó al poder mantuvo el gasto en servicios públicos –como tiene que ser–, pero no hizo nada por revitalizar el maltrecho erario público ni por atajar el desmelene inmobiliario. Así que le tocó la mala suerte de gobernar cuando la maquinaria de nuestra economía, de puro forzada, se rompió. Y tuvo que cargar con toda la culpa de la crisis y dejar paso al espeluznante ejecutivo que ahora nos gobierna. El resto de la historia es lo que estamos viviendo.

Pero eso sí: recuerden que el PP no dio un golpe de Estado para llegar al Gobierno. Fue elegido por la mayoría absoluta de los españoles. Una mayoría que soñaba con volver a disfrutar de todo el sabor y el colesterol de la economía de sobre. Así que ahora tengan la decencia de no rasgarse las vestiduras.