miércoles, 7 de marzo de 2012

Los antisistema

Últimamente, los medios de comunicación usan y abusan de la etiqueta “antisistema” para designar a los que, como yo, no estamos dispuestos a admitir de buena gana la situación política, económica y social en la que nos han embarcado los poderes económicos y políticos.

Y no sé cómo se sentirán de identificados los otros protestones con esa etiqueta, pero por mi parte puedo afirmar que no soy un antisistema. Todo lo contrario. Soy un defensor a ultranza del sistema en el que crecí, un régimen basado en valores tan necesarios y justos como la igualdad de oportunidades, el acceso universal a la sanidad y a las pensiones, la educación gratuita y obligatoria en todos los niveles o la dignidad y el bienestar de los trabajadores.

Yo adoraba ese sistema, y simplemente veo cómo me lo están robando delante de mis narices. El antisistema, por tanto, no soy yo.

Antisistema son los que están derrocando un régimen pensado para las personas y a cambio están instaurando otro consagrado al lucro de quienes tienen, de partida, más oportunidades que nadie. Antisistema son los que destruyen un pilar de nuestra democracia, el Estatuto de los Trabajadores, para despojar a los asalariados de todos sus derechos, empezando por el más sagrado, que es el de tener un empleo. Antisistema son los que despiden a los padres mileuristas para contratar a sus hijos cieneuristas, dejando sin ingresos a toda la célula familiar. Antisistema son los bancos que dejan sin hogar a esas familias mientras financian a las empresas que les han dejado sin recursos. Antisistema son los que están dispuestos a dejar morir a los enfermos en los hospitales porque así reducimos el déficit y nuestra deuda es más atractiva para los inversores extranjeros (señores, no somos una empresa, somos un país). Antisistema son los que aprovechan el déficit de las CCAA para cuestionarse un modelo de Estado basado desde su nacimiento en las Autonomías. Antisistema son los que aporrean a un menor porque pide calefacción para su instituto, y también los que han dejado los institutos sin calefacción para construir circuitos de velocidad y aeropuertos sin aviones. Antisistema son los jueces que absuelven a los responsables de esos atropellos, mientras suspenden a un magistrado que luchaba contra la corrupción y por el derecho a dar un entierro digno a los que llevan 76 años esperando en cunetas y fosas comunes. Antisistema son los que sustituyen una fiscalía anticorrupción por una fiscalía procorrupción. Antisistema son los piensan que unas víctimas son más víctimas que otras, o que una mujer no tiene derecho a decidir sobre su propia vida por culpa de un embarazo no deseado.

Podría alargar esta lista hasta no hacer otra cosa en mi vida, pero con esto es suficiente para decir lo que quiero decir: QUE YO NO SOY UN ANTISISTEMA. Y los que pensáis como yo, tampoco lo sois. No consintáis que os cuelguen ese sambenito. Nosotros somos los defensores del sistema que hemos heredado de nuestros padres, y si dejamos que nos lo roben seremos además de cobardes, estúpidos. Luchemos, pues, con todas las armas que la legalidad nos proporciona: nuestro voto, nuestra voz, nuestra obstinación, nuestro número. Porque ésta no es una lucha entre izquierda y derecha, sino entre abajo y arriba. Y los de abajo, por desgracia, gozamos de una aplastante superioridad numérica.

Por eso, venceremos.